Compartimos tiempos inciertos, tiempos de cambio, de renovación, de evolución... o quizá todos los tiempos tuvieron momentos inciertos, minutos de reforma y otros de conservación, de estabilidad o de menor incertidumbre.

En ocasiones generamos líneas que separan, diferencian o parcializan entornos, conocimiento, emociones,... olvidando que esas líneas en realidad no existen aunque nos sirvan para organizar nuestra mente y nuestro pensamiento.

Una de las grandes líneas trazadas por la mente humana es la que define a los territorios y a las personas como rurales o urbanos dependiendo del medio en el que vivan o hayan decidido residir. Parece que necesitáramos dicotomías e incluso ranking para poder aligerar las incertidumbres de la mente humana.

Pero todo evoluciona y, si desde nuestras organizaciones promovemos que a las personas nos diferencia el nivel de apoyos que necesitamos para desarrollar nuestra vida, no es descabellado pensar que suceda lo mismo con los entornos en los que vivimos pues tan humana es la necesidad del silencio, soledad y tranquilidad que proporciona el medio rural como la compañía, entretenimiento, inmediatez, comodidad que nos ofrece el medio urbano.

No entenderíamos ninguna realidad que no esté compuesta de momentos diversos, de perfiles diferentes y de entornos complementarios. Nuestro momento vital determina el entorno en el que habitamos generando equilibrio, complementariedad y continuidad en lo que como personas somos.

Quizá este sea el momento de difuminar las líneas rojas que separan realidades, personas y territorios para abogar por la diferencia, la diversidad y la complementariedad de lo que nos rodea. Como movimientos sociales estamos en la obligación de generar entornos inclusivos fomentando la complementariedad de los mismos y construyendo redes que difuminen viejas líneas y apuesten por la calidad de vida de las personas allá donde decidan vivir.